viernes, 10 de diciembre de 2010

XXIV

Me siento intimidada ante la belleza de estas mujeres de carnes apretadas. Yo jamás podría manejar esos tacones.
El ambiente del bar está a media luz, una pátina roja se expande.
En la mesa contigua, un hombre ha pagado una ficha para que Ella, cuerpo compacto, rostro moreno y esculpido, baile con él y tome cervezas con él.
Pasan largos los minutos, el mesero ha colocado sobre la mesa un balde de seis cervezas, carísimas, con las que el Hombre ha intentado comprar ‘tiempo con Ella’.
Pero Ella es caprichosa y va a irse con el que mejor le convenga. Porque tiene el poder de la belleza y las carne apretadas.
Entonces, destapará una cerveza, se hará la loca (o la suiza) y cambiará de cliente. Por qué. Porque le da la gana.
El Segundo Hombre ya la tiene entre las piernas, la toca, le habla al oído. En la mesa anterior, el Primer Hombre los mira. No son celos, creo. Pero sí, el orgullo, ese mezquino. Revisa su billetera, solo le quedan pocas monedas de diez pesos porque ordenó un balde de cervezas para intentar comprar ‘tiempo con Ella’. Pero Ella se fue con otro. Así podría resumirse La Historia de La Humanidad.
A pesar del panorama –patético- que tiene frente a sus ojos, el Primer Hombre sigue en su sitio. Eso sí, se queja varias veces con el mesero por la afrenta hecha, porque total, él ya pagó y la presa no respetó el trato.
Pero, al día de hoy, los patos (¡Ja!) le tiran a las escopetas y las presas son los verdaderos cazadores. Señores, esta es la ley del más fuerte, no se confundan.
Un amigo del Segundo Hombre abre una cerveza con los dientes y le escupe la corcholata en la cara al Primero.
El Primer Hombre continúa en su sitio, los ojos le brillan de rabia pero mantiene la postura.
Ella, La Hermosa, de pronto desaparece de esta escena. Mis ojos no la encuentran. Ni los ojos de ellos. Tal vez se fue con un Tercero. Es lo más probable.
El Primer Hombre se queda sentado, ha ido tomando sus cervezas –carísimas- de a poco.
El Segundo Hombre sigue platicando con su amigo. Al fondo, las ficheras bailan. Hay una que atrapa mi atención, luce un vestido blanco con estampado de un tigre de bengala. También es bella.
La pátina roja se extiende. Afuera, un hombre está de espaldas. Tiene una cicatriz de cuchillo, hinchada, que le atraviesa el cuello. No me mira.

El gato negro, Mexicali, 28 de agosto de 2010

 

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